Diario de Diana 9 de Febrero

Anoche me  dormí antes de que Pablo llegara a la cama, después me desperté y los pensamientos volvieron a poblar mi cabeza. Los ronquidos de Pablo llenaban mis oídos. Me puse nerviosa. Mi corazón se aceleró hasta tener taquicardia, algo que me pasa de en cuando y cada vez más. Siento como si, en cualquier momento, fuera a tener un infarto. Aunque nunca lo he tenido, por lo tanto, no son más que figuraciones. Sin embargo es una sensación extraña. De pronto me dan ganas de huir y abandonarlo todo y entonces, ese vuelco al corazón, como si me acusara de cobarde o como si me empujara a hacerlo, no lo sé definir.
Me he levantado y me he ido al ordenador, he jugado al solitario durante un buen rato. Estaba tan cansada. Me he puesto a buscar mis síntomas en Internet. Puede que tenga el síndrome de fatiga crónica. Mi médico me sugirió depresión y me recetó algunas cosas, pero yo no me siento deprimida, me siento cansada, nerviosa, falta de ilusión. ¿Será eso la depresión? Pero la gente que conozco y que tiene depresión, tiene ganas de llorar. A mí no me sale ni una lágrima. Solo quiero dormir, descansar, no tener que pensar durante una temporada. Solo eso, dormir.
Pero debe ser mucho pedir, porque, en esta casa, cuando los demás se levantan comienzan los ruidos. Poco importa que yo les haya pedido que me dejen descansar.
Me había quedado durmiendo en el sofá casi al amanecer y en el mejor sueño, en esos en los que ni siquiera sueño, los demás han empezado a levantarse y, claro, tienen que desayunar en el comedor. Encima me han dicho: ¡levanta holgazana! ¿Será tan difícil que entiendan que estoy cansada? Por lo visto sí.

Me voy a ir a comprar tapones de cera para los oídos. A lo mejor así puedo dormir. Lo siento por Carlos que aun todavía tiene  pesadillas y me llama, pero ¿Qué otra cosa puedo hacer?

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