Anoche me dormí antes
de que Pablo llegara a la cama, después me desperté y los pensamientos
volvieron a poblar mi cabeza. Los ronquidos de Pablo llenaban mis oídos. Me puse
nerviosa. Mi corazón se aceleró hasta tener taquicardia, algo que me pasa de en
cuando y cada vez más. Siento como si, en cualquier momento, fuera a tener un
infarto. Aunque nunca lo he tenido, por lo tanto, no son más que figuraciones.
Sin embargo es una sensación extraña. De pronto me dan ganas de huir y
abandonarlo todo y entonces, ese vuelco al corazón, como si me acusara de
cobarde o como si me empujara a hacerlo, no lo sé definir.
Me he levantado y me he ido al ordenador, he jugado al
solitario durante un buen rato. Estaba tan cansada. Me he puesto a buscar mis
síntomas en Internet. Puede que tenga el síndrome de fatiga crónica. Mi médico
me sugirió depresión y me recetó algunas cosas, pero yo no me siento deprimida,
me siento cansada, nerviosa, falta de ilusión. ¿Será eso la depresión? Pero la
gente que conozco y que tiene depresión, tiene ganas de llorar. A mí no me sale
ni una lágrima. Solo quiero dormir, descansar, no tener que pensar durante una
temporada. Solo eso, dormir.
Pero debe ser mucho pedir, porque, en esta casa, cuando los
demás se levantan comienzan los ruidos. Poco importa que yo les haya pedido que
me dejen descansar.
Me había quedado durmiendo en el sofá casi al amanecer y en
el mejor sueño, en esos en los que ni siquiera sueño, los demás han empezado a
levantarse y, claro, tienen que desayunar en el comedor. Encima me han dicho:
¡levanta holgazana! ¿Será tan difícil que entiendan que estoy cansada? Por lo
visto sí.
Me voy a ir a comprar tapones de cera para los oídos. A lo
mejor así puedo dormir. Lo siento por Carlos que aun todavía tiene pesadillas y me llama, pero ¿Qué otra cosa
puedo hacer?
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