No he pegado ojo. Al final de me he ido a dormir al sofá.
Esta es una costumbre que estoy cogiendo en los últimos meses. No recuerdo
desde cuando ronca Pablo. Supongo que empezó poco a poco, hasta llegar a ahora
que parece un orangután. Además, el repertorio de sonidos es de lo más
desagradable. Y todavía se enfada cuando me ve en el sofá y le digo que es por
los ronquidos.
He pasado el día de mal humor. En el trabajo no me
concentraba y no veía la hora de salir. Al llegar a casa, he deseado volver a
cerrar la puerta y salir corriendo. Pero, ¿a dónde podría ir? Y ¿qué harían mis
hijos? He cerrado la puerta y entrado en
casa sintiéndome como un preso cuando entra en la celda. Me imagino que se
deben de sentir así.
He hecho la cena. Me he tenido que pelear con Carlos, el
pequeño, para que se bañe, porque a este niño le gusta menos el agua que a un gato.
Eso aun me ha puesto de peor humor, diez años y cada día lo mismo.
Casi no hemos hablado durante la cena. He dicho que estaba
cansada y mi querida hija mayor me ha dicho que siempre estoy cansada. Ni
siquiera he contestado. Lleva razón siempre estoy cansada. Lo único que deseaba
era irme a la cama y dormir. Y, por otro lado, me daba miedo ir a dormir, no
dormirme y que llegara Pablo con ganas de juerga; si supiera las ganas de
juerga que tengo yo.
Bueno pues nada, al final no me he dormido, ha llegado
Pablo, me he hecho la dormida y cuando ha empezado a roncar, aquí estoy, en el
sofá, con ganas de tirarme de los pelos. ¿Será el tiempo? Hace días que no para
de llover y odio la lluvia, me deprime.
Me he comprado “dormidina” en la farmacia, hace dos horas
que me la he tomado y ni flores. Y no lo entiendo, porque estoy tan cansada…
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